El escándalo de abusos sexuales que sacude a Oxfam es un duro golpe para la oenegé que amenaza con afectar a todo el sistema de cooperación. Después de que saliera a la luz el escándalo por las fiestas sexuales con prostitutas sufragadas con fondos de la organización en Haití, una exdirectiva de la oenegé reveló casos de abusos que incluyen violaciones, coacciones, abusos a menores y obtención de sexo a cambio de ayuda humanitaria. Todo ello no solo es un duro golpe a la reputación de Oxfam, sino una vergüenza para todo un sector en que las buenas prácticas deben ser obligatorias. Los indicios de que la dirección de la oenegé no actuó de la forma adecuada cuando le llegaron las denuncias no solo remiten a la opacidad de otros casos de abusos --desde la iglesia católica a la de los cascos azules de la ONU-- sino que son merecedores de una profunda investigación. Cualquier abuso sexual, sobre todo a menores, es condenable e inadmisible; cuando estos abusos se dan en países arrasados por la pobreza estructural y en estado emergencia humanitaria son aún más execrables, si cabe, por la situación de indefensión absoluta en la que se encuentran las víctimas de los mismos. Los acusados deben rendir cuentas y la oenegé asumir todas las responsabilidades que se deriven del citado escándalo, en caso de haberlas, sin excusas.

Ahora bien, la exigencia de justicia y de transparencia hacia Oxfam no debe enmascarar una generalización injusta ni mucho menos una cruzada contra la labor de las oenegés. Porque el escándalo sucede en un momento en que muchas oenegés se encuentran en el punto de mira, ya sea por rescatar emigrantes en la ruta de Libia o en el Estrecho, ya sea por denunciar los estragos que las políticas de las potencias causan en zonas calientes del mundo, como Oriente Próximo. La cooperación es más necesaria que nunca en gran medida porque los estados cada vez más renuncian a asumir sus responsabilidades, como bien sabemos en Europa en el tema de los refugiados. Al asumir ese trabajo tan desagradable, las oenegés en muchas ocasiones se convierten en actores incómodos y, por tanto, imprescindibles. Por muy grave que sea el escándalo que sacude durante las últimas jornadas a Oxfam, que sin duda lo es, no debe ser el caballo de Troya con el cual los estados puedan intentar deshacerse de los testigos que los incomodan.