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Pocas veces una iniciativa surgida al otro lado del Atlántico ha tardado tan poco en enraizar en España como el llamado Black Friday. Iniciado aquí hace apenas tres años, este último viernes de noviembre en que el comercio hace importantes descuentos de precios es secundado ya no solo por la inmensa mayoría de los establecimientos convencionales sino también por quienes venden on line u ofrecen servicios (bancos, compañías eléctricas...). El gran éxito de la fórmula -Amazon, por ejemplo, batió ayer su récord de ventas en España- se ha visto favorecido este año por la incipiente recuperación de la actividad económica. El reclamo del Black Friday es obvio: la proximidad de las fiestas navideñas hace especialmente interesante adquirir ahora a buen precio lo que ya se tiene decidido comprar. Es decir, se trata de un proceso como el de los periodos de rebajas de enero y julio, pero a la inversa. Lo que no cambia es la responsabilidad y la mesura con las que es aconsejable encarar estas oportunidades comerciales: sabiendo distinguir entre lo que realmente se necesita y es útil y lo que quizá se compre compulsivamente. En todo caso, el balance que cabe hacer de la entrada del Black Friday es positivo: por lo que supone de atractiva oferta para los consumidores y por el aumento de ventas.