En la organización de los Juegos Olímpicos es fundamental la implicación de todos los agentes que intervienen en un acontecimiento de tanta magnitud. Todo empieza, lógicamente, en la ciudad que los acoge y se extiende al país organizador en general, tanto en sus instancias públicas como privadas. Así se vivió, por ejemplo, en Barcelona 92 y así parece que no ha ocurrido en la cita de Río de Janeiro. Una reciente encuesta del prestigioso diario Folha de Sao Paulo estima que el 50% de los brasileños se opone a la celebración de los Juegos en la ciudad carioca. El gigante sudamericano se enfrenta hoy a la peor crisis política, económica y social de los últimos 25 años. La caída del precio del petróleo, la bancarrota del Estado y la corrupción galopante, y el aumento de las seculares desigualdades sociales y de la inseguridad plantean un sombrío escenario, jalonado con el polémico juicio político que apartó a Dilma Rousseff de la presidencia.

Los esfuerzos de última hora permiten, sin embargo, llegar a pensar que los pésimos augurios se olvidarán cuando los deportistas pasen a ser los protagonistas. Brasil cuenta, además, con su proverbial hedonismo para solventar el fatigoso reto que ha sido organizar los primeros Juegos en Sudamérica.