El caso de los motores del grupo Volkswagen que simulaban ser más ecológicos de lo que realmente son está lejos de cerrarse. La palinodia de la multinacional alemana tras descubrirse su colosal engaño (11 millones de automóviles trucados) era lo mínimo que cabía esperar, pero esta crisis tiene aún importantes interrogantes. El principal es por qué Volkswagen y sus otras marcas se jugaron el prestigio en un mercado en el que partían en inferioridad como es el de EEUU. Si la respuesta es que la pugna por el liderazgo mundial del sector obnubiló a sus dirigentes, eximios representantes de un país sinónimo de rigor, la conclusión es que se confirma que la competitividad desmedida es una estrategia que se vuelve contra quien la practica. Lo que más importa ahora es sentar las bases para que no pueda repetirse un escándalo similar. La cautela exhibida por la UE es lógica, porque la industria de la automoción es capital para la economía. Sería suicida que, para dar una respuesta rápida a la justa irritación de los consumidores, se adoptasen medidas pretendidamente ejemplarizantes pero poco operativas. Lo importante es renovar el compromiso para avanzar sin pausa en la disminución de emisiones contaminantes de los coches.