Las cifras niegan el efecto llamada. España no va a ser invadida como las voces conservadoras insisten en proclamar. La presión migratoria se disparó el año pasado con Mariano Rajoy en la presidencia. Y sigue creciendo con Pedro Sánchez. El problema necesita soluciones, no demagogia. El populismo solo pudrirá nuestra convivencia. Las palabras encendidas en las tribunas políticas exacerban el racismo en la sociedad.

Esa es la triste realidad que ya cunde en Europa. La política inhumana del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, negando puerto a barcos llenos de náufragos o el trato denigrante que sufren sistemáticamente los inmigrantes en Hungría imparten una lección magistral a sus ciudadanos. El desprecio, cuando no el odio, ya se pasea por las calles. Socialmente, el precio de estas estrategias partidistas, incendiarias e irresponsables, es altísimo.

Los mismos partidos que racanean los presupuestos sociales, los mismos que recortan en sanidad, en educación o en ayudas a la vivienda, atraen el voto de ciudadanos a los que sustraen servicios públicos haciéndoles creer que el enemigo son esas personas que huyen de la muerte. Frente al irresponsable oportunismo del que juega con la inmigración hasta el límite de falsear los datos, solo queda el realismo de tejer complicidades para buscar soluciones que resulten efectivas. Abrir el puerto a los náufragos rescatados por Open Arms es una cuestión de dignidad. Pero se requieren soluciones íntegras que trabajen para la convivencia y que eviten el horror de esa inmigración desesperada. Y eso solo puede llegar con el compromiso europeo. También económico.

Se necesitan coraje y recursos para planificar y afrontar la situación. Humanamente no se pueden soportar las medidas salvajes que desprecian los derechos humanos y niegan el asilo. Socialmente no se debe permitir que el peso de la inmigración recaiga en los barrios más castigados económicamente. Y políticamente no se puede plantar cara a la demagogia conservadora apelando, simplemente, a los sentimientos. Se requiere presupuesto para trabajar en los países de origen y de tránsito, recursos para ofrecer una vida digna a los que llegan, como tantos emigrantes la encontraron fuera de nuestras fronteras, y responsabilidad política. Mentiras ominosas como la del efecto llamada solo agudizan el problema.