La revolución digital nos abre a nuevas oportunidades y, ciertamente, nos ubica en un mundo nuevo. Un cambio de era cuya trascendencia comenzamos a sospechar entre sensaciones de fascinación y vértigo. La denominada economía colaborativa es una de las expresiones del nuevo escenario. Ya no es novedad reconocer start apps ideadas en un garaje y aceleradas como empresas y multinacionales que acaban cotizando en bolsa. Modelos de negocio en los que la irrupción de nuevos actores económicos nacen y crecen en un mundo global en plena transición. Pudiera pensarse que, por fin, David estuviese en condiciones de tumbar a Goliat. Todo aquello que la política y los gobiernos no han sabido equilibrar, fuese ahora el talento y la tecnología quienes liderasen un cambio hacia un orden más justo y equitativo. Pero nada invita a pensar que esas sean las coordenadas. La gobernanza de la economía digital sigue siendo una asignatura pendiente. Es más, según se mire, quizá cabalgamos hacia otro precipicio si no se introducen regulaciones adecuadas.

En el ámbito del turismo, conviene separar muy claramente la verdadera economía colaborativa, que ha venido para quedarse, de la picaresca de toda la vida. No confundamos la libertad de empresa y de iniciativa particular con el fraude.

En esta Comunitat la opción no puede ser otra que la profesionalización del sector. En el ámbito del alojamiento turístico solo podemos escoger un camino de cualificación permanente. Toca reconocer -y agradecer- el esfuerzo de los hoteleros, cámpings, casas rurales y apartamentos turísticos reglados. Un sector que arriesga, invierte, tributa y genera ocupación y riqueza en una sociedad que no dispone de otros sectores tan dinámicos como este. La proliferación de plataformas digitales que comercializan, en nombre de la economía colaborativa, toda clase de oferta alojativa clandestina, constituye hoy un desafío de primer orden.

Puede resultar plausible que particulares se incorporen a la rueda de la economía turística, pero cumpliendo mínimamente las reglas del juego. Esa es la frontera. El negocio, el alquiler turístico, tiene normas. Otro tipo de usos, transacciones o altruismos no nos incumben. Pero la economía turística tiene normas. Nadie toleraría subirse en un vehículo que no ha pasado la ITV. Del mismo modo nuestra propuesta de modelo turístico -y el alojamiento es un pilar básico- debe responder a parámetros testados de calidad.

Nuestra legislación ha de basarse en derechos o moriremos de un supuesto éxito que no lo es. No podemos fundar nuestra productividad ni competitividad en la falta de regulación, ni en la caída de precios ni en la saturación de ciudades que perderán su esencia al compás de la eclosión de un modelo basado en el intrusismo profesional y la competencia desleal.

Necesitamos proteger y creer en todo aquel que aporte valor al turismo de la Comunitat Valenciana. Preguntémonos siempre dónde queda la innovación, dónde el conocimiento, el capital humano, la responsabilidad social de la empresa, la seguridad, la sostenibilidad, etc. La era digital ha de ser compatible con todo ello o sino no nos sirve.

*Secretario Autonómico de Turismo