Solo la sabiduría radicada en la comprensión de nosotros mismos, y no la piedad, nos salvará. No habrá ninguna redención ni tampoco se nos concederá una segunda oportunidad. Este es el único planeta que tenemos para vivir; y éste el único enigma que debemos descifrar».

Así de taxativo se expresa Edward O. Wilson en su libro El sentido de la existencia humana y ese sentido es al que alude como único enigma a resolver.

Las especies eusociales, dice, aparecieron en una etapa muy tardía de la historia de la vida, en cambio, han tenido un gran éxito ecológico, aunque hayan sido pocas las especies que han llegado a la eusociabilidad y especialmente la humana ha sobresalido por su capacidad cerebral, mental, que ha llevado al grandísimo avance de las capacidades sociales.

De hecho, la gente, estamos muy interesados en el comportamiento de los demás, somos cotillas desde el nacimiento y con el tiempo esa capacidad se desarrolla; eso nos hace humanos, nos permite identificarnos con un grupo u otro y construimos nuestra identidad personal como integrantes de ese grupo. Además, somos una especie muy esclarecida; la ciencia y las humanidades nos han hecho llegar muy lejos, y todavía llegaremos más. Pero el orgullo podría hacernos pensar que somos los reyes de la creación, como las religiones nos han tratado de hacer pensar, a la imagen de dios, de un dios que, más bien, ha sido una entelequia creada por los humanos a la imagen de nosotros mismos, como nos indicó Yuval Harari en Homo Deus. «Por eso es un disparate pensar que este planeta podría ser una estación de paso hacia un mundo mejor» afirma Wilson, porque en realidad somos parte de la flora y fauna de la tierra, a la que estamos sujetos por nuestra emoción, nuestra psicología y nuestra historia.

Wilson señala que «no estamos predestinados a nada, y la vida no es un misterio indescifrable» y no es cierto que dioses y demonios luchen por nuestra lealtad, sino que somos artífices de nuestro propio éxito o fracaso, aunque hay que reconocer que somos una especie frágil y estamos solos para comprendernos a nosotros mismos. Nuestra supervivencia a largo plazo radica en ello y en que logremos una independencia de pensamiento más significativa de la que se tolera hoy en día, incluso, en las sociedades democráticas más avanzadas. Somos eusociales y a pesar del éxito que representa haber llegado a esta capacidad, nuestras sociedades actuales no están dirigidas por los mejores individuos, sino por algunos que están pensando en sí mismos en lugar de pensar en el grupo, en la sociedad, en la especie humana; que, además, son incompetentes, algunos disléxicos a pesar de ser presidentes. Llegan al poder haciendo trampas y se perpetúan lo máximo posible en él haciendo también trampas. No me refiero sólo a los casos de España, que… también (partidos que se financian ilegalmente; miembros, la casi mayoría, que entran y se mantienen en la política para «forrarse» o para vivir de ella), sino a casos tan conspicuos como el de la presidencia de los EEUU o de las potencias que sueñan y trabajan para hacer sombra a EEUU. Países y gobiernos en donde se niega el cambio climático, científicamente demostrado (da risa, pero eso hace la administración Trump); o simplemente se ignora el daño que hacen, pensando que, si otros han contaminado, ellos también tienen derecho a hacerlo hasta que hayan alcanzado un desarrollo muchísimo mayor (China y otros grandes contaminadores).

Tenemos que repensar el funcionamiento de la actividad política y de la gobernanza de las naciones. Los humanos no somos malvados por naturaleza; somos lo suficientemente inteligentes, generosos y bondadosos para hacer de la Tierra y de la biosfera que nos dio a luz un lugar semejante a un paraíso. El problema es que el homo sapiens es un producto, es una especie disfuncional, a la que se llegó después de adaptaciones genéticas producidas durante millones de años para producir una especie cazadora recolectora, como máximo aldeana; adaptaciones que cada vez estorban más en una sociedad organizada globalmente, mayormente urbana y claramente técnica y científica, que es incapaz de estabilizar las políticas económicas y cualquier forma de gobernación que esté por encima del nivel de una aldea. Eso dice Wilson.

La idea que traigo en la mente para proponer es la de que a la docencia y a la política tienen que ir los mejores. Que la retribución que deben recibir debe ser suficientemente alta como para que no tengan necesidad de corromperse o de salirse de la actividad. ¿Tendrán nuestros legisladores la valentía de afrontar con sinceridad el problema de la financiación de los partidos políticos y de la retribución de los que ocupan cargos públicos? ¿Tendrán la sensatez de plantearse el control estricto, como en el caso de una empresa privada, del uso de fondos y la asignación de estos de modo no clientelar o corrupto?

Además, en el caso de la política, deberían estar aquellos que han demostrado sus capacidades de gestión, sus conocimientos y que nadie va a poder corromperlos ya, por haber alcanzado reconocimiento social entre sus pares, por haber conseguido estabilidad económica, y tener experiencia vital por su madurez y por haber alcanzado tres cuartas partes de la esperanza promedio de vida. Sí, estoy sugiriendo que a la política tienen que ir personas que tengan más de 50 años de edad. No es bueno para nuestras sociedades que individuos que lo único que han hecho durante años es ser coristas del «sí» en el partido, por suerte, nepotismo, artimañas, o por llegarles el turno, vayan escalando posiciones para después llegar a gestionar lo público, incapaces de haber gestionado lo privado por falta de capacidad, o por el débil esfuerzo que ponen en su profesión o en su trabajo en la empresa privada.

Es disfuncional que en los partidos no haya democracia interna y que se prime el seguidismo. Es disfuncional que los votantes no puedan elegir sus representantes de entre listas abiertas. Es disfuncional que los votos no valgan lo mismo en todas las circunscripciones y que minorías bloqueen o sean la clave para tomar decisiones (salvando la necesaria utilidad de la inclusión de las indicadas minorías, para que tengan la capacidad de hacer oír su voz). También es disfuncional que la solidaridad interterritorial no tenga más límites que la voluntad de los gobernantes, que la usan para generar voto cautivo, que es una trampa, un populismo, una compra, para llegar al poder, y que produce injusticias que descohesionan la población y los territorios. Se nos puede llenar la boca de pronunciar la sacrosanta palabra de la «unidad» de España, pero se hace poco para mantenerla.

Es perentorio que hagamos algo, que cambiemos las cosas presentes, que no tengamos miedo de tomar decisiones, pues si no lo hacemos perderemos la oportunidad de hacer de nuestro planeta, de nuestra querida España, de nuestra queridas comunidades autónomas, en nuestro caso Comunitat Valenciana, un lugar en donde vivamos con necesidades cubiertas y podamos desarrollar nuestras capacidades en beneficio de la res pública; y de cuidar del entorno en el que vivimos con la intención de legarlo a nuestros descendientes en condiciones adecuadas, para que ellos, a su vez, también puedan vivir una vida plena.

¿Haréis algo, formularéis propuestas? Si no lo hacéis, no obstante, yo no me cansaré de denunciarlo.

*Doctor en Derecho