El conductor de la furgoneta que mató el jueves a 14 personas en la Rambla de Barcelona fue abatido finalmente ayer por la tarde en Subirats por el cuerpo de los Mossos d’Esquadra. Se cierra así -a la espera de un nuevo fugitivo- el cerco a la célula de una docena de terroristas que prepararon los atentados de Barcelona y Cambrils. De ellos, los Mossos han abatido a seis, dos o tres murieron en las explosiones de Alcanar y cuatro han sido detenidos. Ahora sí que prácticamente se puede dar por finalizada esta operación desde el punto de vista policial.

Estos atentados y las operaciones para reducir a los terroristas y presentar el caso a la justicia han significado la puesta de largo de los Mossos como policía integral, de la que hasta ahora conocíamos su actividad en materia de seguridad ciudadana y orden público. Asuntos en los que su expediente presentaba unos resultados desiguales. Los Mossos han recibido estos días un cierto grado de apoyo popular por la manera como abortaron el atentado de Cambrils, aunque hubo una víctima mortal, y por cómo han gestionado la información a la población sobre las operaciones para desarticular la célula. Algunos lo han visto como un síntoma de normalidad. Una normalidad que será plena si en las próximas semanas, como ha pasado en otros atentados y con otras policías, somos capaces de analizar todas sus actuaciones, las labores preventivas en la misma Rambla, las primeras horas tras la explosión de Alcanar o el control de la Diagonal. Un examen que debe hacerse sin apriorismos, desde la voluntad de mejorar la seguridad de los ciudadanos. El clima de coordinación de estos días no puede ser una tregua sino un cambio de ciclo. La amenaza terrorista, que ahora ya es una realidad, no permite ninguna frivolidad ni con la convocatoria de la Junta de Seguridad ni con la presunta ocultación de informaciones de la CIA que hace unos meses era presentada en privado como un agravio y ahora poco menos que se niega en público.