Cada año, la segunda semana de febrero, nos unimos a Manos Unidas en su campaña anual. El pasado año comenzó un trienio de lucha contra el hambre. Este sigue siendo su objetivo prioritario desde su inicio en 1959, cuando un grupo de mujeres de Acción Católica comenzó la campaña contra el hambre en el mundo: contra el hambre de pan, de cultura y de Dios. Aquellas mujeres se unían al manifiesto de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas, que concluía diciendo: «Declaramos la guerra al Hambre». Desde entonces, Manos Unidas viene escribiendo una rica historia de solidaridad humana y de caridad cristiana con los hambrientos y empobrecidos de la tierra.

Manos Unidas nos pide un compromiso mayor por un aprovechamiento integral de la producción de alimentos, evitando el despilfarro. Nos llama a ser más responsables y comprometidos personalmente: primero, no desperdiciando la comida; segundo, apoyando a los agricultores familiares en su lucha por su derecho a la alimentación basado en una producción sostenible; y, tercero, haciendo ver que los alimentos no son una mercancía más, sino un elemento indispensable para la vida. Así podríamos ayudar a cambiar las cosas y avanzar hacia el fin del hambre en el mundo. El Año de la Misericordia nos ha llamado a ejercitar las obras de misericordia. La primera de ellas es «dar de comer al hambriento». Cristo ha querido identificarse con los que padecen hambre. «Tuve hambre y no me disteis de comer», dijo Jesús. Estas palabras van dirigidas a todos. Jesús nos llama a socorrer las necesidades humanas y a recuperar la dignidad del ser humano cuando, entre otras cosas, está herida por el hambre. Acojamos de corazón la invitación de Manos Unidas a luchar juntos contra la pobreza y sus causas. Apoyemos con generosidad su trabajo en la colecta especial.

*Obispo de Segorbe-Castellón