La campaña turística ha dejado de ser el cómputo del verano y la Semana Santa. El verdadero reto del sector es la desestacionalización. Es el reto de la sostenibilidad y de la profesionalización. Es el reto del potencial de un territorio que puede y debe plantar cara todo el año en base a la diversidad de sus productos y de unos actores empresariales capaces de comercializar y rentabilizar negocios. De qué nos sirven dos meses al año de dinámica frenética y, tras siete u ocho semanas de caja, desaparecer hasta nueva orden. La orden que supuestamente otorgaría el azar o el viento de cola de circunstancias en las que nada hemos tenido que ver. Ese ya no puede ser nunca más el modelo. El turismo es una industria y, como tal, responde a una estrategia deliberada. Una estrategia calculada e insertada en ese mercado global llamado mundo.

Deberemos comprender, eso sí, que esta industria es un sector de la economía muy especial. Todo un ecosistema público y privado en el que todas las administraciones públicas aportan. La transversalidad es, directamente, absoluta. Sanidad, medio ambiente, depuración, limpieza, cultura, seguridad, movilidad, señalización, urbanismo. Y el ilimitado mundo de las iniciativas particulares abiertas al público. Todo afecta, todo condiciona, todo suma o resta. Depende. Dependerá de nuestra determinación por querer ser un destino turístico.

EN ESTE TIEMPO quizá no nos quede otra que asumir que todo será más frágil, inestable e interdependiente. Las dificultades de otros nos favorecerán hasta que la geopolítica vuelva a cambiar el guión. Cuando no serán las guerras, será el Brexit, el proteccionismo o el Trump de turno. Países del Mediterráneo oriental han regresado tras sus baches con ofertas y precios hipercompetitivos.

Pero, sea como sea, la decisión sobre el futuro sigue en nuestras manos. Ser o no ser un destino relevante. No nos vale con el entorno natural o cultural heredado. Se trata de la conjura colectiva. Se trata de la actitud colectiva de querer ser. Más allá de percepciones puntuales --puede haberlas y en distintas tonalidades-- lo cierto es que todas las estadísticas fiables certifican que la Comunitat Valenciana ha escalado posiciones en aspectos que, para nosotros, eran los importantes. Desestacionalización, diversificación, rentabilidad y reconocimiento. Puede que el turismo británico en esta coyuntura haya caído 3 puntos respecto al año anterior. Año en el que creció 15. Pero lo interesante es advertir que, el que ha venido, ha dejado más ingresos.

No se trata de contar cabezas. Esa métrica aburre y engaña. Somos la comunidad autónoma que mejor resiste este cambio de ciclo y que más ha crecido en turismo internacional. Pero, más que nunca, nuestra promoción deberá ser más eficiente. Las posibilidades que nos otorga la tecnología en la era del turista digital son un desafío en el que no podemos fallar. Cometeríamos un gran error si creyéramos que el espejismo de estos años nos otorga un pase perpetuo para crecer. Más bien acertaremos seguro si asumimos con humildad que nuestra suerte dependerá del esfuerzo que estemos dispuestos a hacer por la formación, la innovación, la profesionalidad y la promoción inteligente.

*Secretario autonómico de Turismo