Aunque los datos son muy dispares, en función de la entidad o sindicato del que provengan y en atención a diversos parámetros, podemos convenir que la brecha salarial entre hombres y mujeres se sitúa en torno al 23%, una diferencia de retribuciones por un mismo trabajo que dista mucho de los cálculos optimistas del Gobierno de que preside Mariano Rajoy, que exaltó a la opinión pública cuando en una reciente entrevista, al hablar del asunto, dijo: «No nos metamos en eso». Meterse «en eso» es conmemorar el Día Internacional por la Igualdad Salarial --celebrado ayer jueves-- con iniciativas como la del documental En brecha, un reportaje sobre la vida cotidiana de siete mujeres que trabajan en ámbitos tradicionalmente masculinos y que no solamente exponen sus quejas laborales sino una problemática mucho más amplia, referida por ejemplo a la conciliación, la maternidad, el micromachismo, el techo de cristal o el acceso al trabajo.

Hablar de «brecha salarial» no es solo computar innegables y lamentables diferencias, con énfasis en la concentración en cada tramo salarial, que aumentan -y más aún en el sistema de pensiones- con los años y la edad de las trabajadoras, sino también valorar que son las mujeres quienes acceden en mayor medida a trabajos más precarios y quienes no tienen las mismas oportunidades que los hombres para desarrollar su capacidad en plazas directivas. La igualdad legal no es la real y es un momento excelente para reflexionar y luchar contra ello.