La celebración de un jubileo como el de este Año de la Misericordia es una invitación a dejarnos reconciliar con Dios recibiendo su gracia. En la doctrina católica y en la tradición de los años santos, esta gracia extraordinaria ha recibido el nombre de “indulgencia plenaria”. Para ayudaros a una vivencia más plena de este Jubileo, explicaré el sentido de esta doctrina de la Iglesia, que para muchos resulta difícil de comprender.

Partiré de dos situaciones que hemos vivido alguna vez en nuestra vida. Cuando queremos reconstruir una amistad rota debemos tener la humildad de pedir perdón al amigo ofendido. Es necesario también que la persona ofendida nos perdone. Eso, siendo lo fundamental, no lo es todo: hay que curar las heridas que la ruptura ha provocado en la relación entre las personas. Volver a una vivencia plena de amistad exige pedir perdón, ser perdonado y purificar el corazón para que la relación se rehaga en su totalidad.

Fijémonos en una segunda experiencia: el esfuerzo por curar las heridas y rehacer la amistad rota tiende a reparar el daño causado. Si la persona ofendida ve sinceridad al pedir el perdón y en la manifestación de dolor y pena por el mal provocado, no exigirá una reparación que compense totalmente el daño causado. La persona ofendida no ha exigido una reparación que compense plenamente el daño causado. Ha tenido “indulgencia” con el ofensor.

Ahora traslademos estas experiencias a nuestra relación con Dios. El pecado implica una ruptura de la amistad con él. La conversión exige pedirle perdón y hacer el esfuerzo de rehacer la relación rota. La conversión no consiste únicamente en pedir perdón, sino que tiende a una reconciliación plena y verdadera. Por ello la celebración sincera del sacramento de la Penitencia va acompañada de ciertas prácticas penitenciales, con las que le manifestamos a Dios nuestro amor sincero. H

*Obispo de Tortosa