En condiciones normales, escuchar al presidente de Estados Unidos y al presidente de Rusia, después de una larga cumbre bilateral, hablar de diálogo, cooperación y de encontrar mediante la negociación soluciones a los problemas entre las dos potencias mundiales debería ser una buena noticia. Que un dirigente ruso afirme que la guerra fría ha terminado y que un presidente estadounidense hable de «intereses compartidos» debería ser esperanzador. Pero se trata de Donald Trump y de Vladímir Putin, con la sombra de la intervención rusa en la campaña electoral que acabó con la victoria del magnate, así que este tipo de afirmaciones están rodeadas de sospechas y son recibidas con necesario optimismo y también preocupación.

La cumbre se llevó a cabo a puerta cerrada sin ayudantes ni escribanos que dejaran constancia de cuanto en ella se dijeron realmente los dos mandatarios, solo con la presencia de traductores. Trump llegó después de una semana en la que dinamitó la relación con sus socios europeos («la UE es un enemigo»), con el objetivo de presentarse ante Putin como el socio, el único, que necesita el zar de Kremlin. La pregunta es a cambio de qué. Antes de la cumbre, culpó a Barack Obama y a la investigación sobre la interferencia rusa en las elecciones de las malas relaciones con Moscú. En la rueda de prensa, se negó a responder si creía a sus servicios de espionaje o a Putin, después de que el fiscal especial Robert Mueller haya acusado a 12 agentes de inteligencia de aquel país. Que en este contexto Putin admitiera ante la prensa internacional que deseaba la victoria electoral de Trump tiene ecos muy preocupantes. Si intentamos distanciarnos y observar los hechos, nos encontramos ante un presidente de Estados Unidos que dinamita la relación económica, política y de seguridad con sus socios occidentales y solo tiene buenas palabras para el líder de Rusia, país al que en EEUU la ley y los servicios de espionaje acusan de haber intervenido para que ese presidente llegase a la Casa Blanca.

En el terreno geopolítico, la voluntad de cooperar entre ambos países no tuvo una plasmación práctica. Ni en Crimea, Irán, Siria o en desarme nuclear. Entre Washington y Moscú no se ha producido ningún deshielo de esta guerra fría que, según el propio Putin, no existe. No lo dijeron, pero en lo que sí parece haber consenso es en considerar a la Unión Europea como el adversario a batir.