Querido lector:

Rafael Blasco ha jugado con fuego... y se ha quemado. Tal vez no sea mañana ni pasado pero el factótum político de Lerma, luego de Zaplana y después de Camps, no lo será con Alberto Fabra... más allá de junio.

Ha intentado hacer lo mismo que ha hecho en otras ocasiones en su dilatada carrera política cuando veía peligrar su posición privilegiada en los gobiernos a los que ha pertenecido o en el partido donde militaba. Es decir, lanzar un órdago con el que demostrar su posición de fuerza, en este caso sacando a relucir una anodina querella por la que se imputó a Alberto Fabra cuando era edil de Castellón, que se archivó rápidamente, a fin de parar lo que parece imparable y que no es otra cosa que su defenestración política.

Blasco ha querido con el envite a grande prevenir una consecuencia política inevitable por su posible imputación en el último caso de corrupción conocido de la era Camps cuando era conseller de Solidaritat --el de las oenegés-- o al menos poner un cortafuegos político.

Pero lo ha hecho en un contexto en el que su debilitamiento político, desde la toma de posesión de Alberto Fabra como president y su negativa a hacerle conseller el pasado verano, era tan evidente que todo el mundo ya daba por hecho el fin de su carrera. Sobre todo por lo manifiestamente desesperadas que han sido sus últimas maniobras políticas. Por ejemplo, con Alfonso Rus, al que intentó aferrarse como un clavo ardiendo poniéndose a su servicio, sobre todo en los meses previos al congreso de Sevilla, precisamente mientras se dilucidaba el destino de Camps, su otro agarradero, en el juicio de los trajes a fin de conspirar y llegar con apoyos al congreso regional del PPCV.

Con la puntilla de ayer, lo dicho, no más allá del mes de junio.