He visto una fotografía que me ha impresionado. No se trata de una de las terribles imágenes de una multitud desesperada víctima de la situación en el oriente de Europa. Corresponde a un ciudadano que ha tenido un papel destacado en la política española. El señor José María Aznar. Junto a Felipe González, con expresión natural, Aznar muestra una tensión facial francamente dura. No pienso que esté irritado. Es su cara. Y me ha hecho pensar en la importancia que tienen nuestras caras, tal vez, porque cada uno tiene la suya. Por algún motivo se exige que figure nuestra cara en el carnet de identidad.

Sé que existe la cirugía facial y su relación con la estética, pero incluso en este caso el resultado no es estándar. «La cara es el espejo del alma», dicen, y me parece que no es verdad. Ha habido asesinos muy seductores, y personas poco favorecidas que son un trozo de pan.

Todo ello me ha llevado a buscar expresiones populares relacionadas con la cara y he encontrado muchas: el amigo del barrio tiene mala cara; hay cosas que se deben decir a la cara; me encararé con este problema; le costó dar la cara; qué cara ha puesto cuando le he dicho «no».

Pero la cara, objeto de todo tipo de tratos, tiene derivados muy tiernos. «Acariciar», por ejemplo. El gesto de la madre o del enamorado que pasa los dedos por una piel fresca o fatigada. ¿Hay algún verbo más tierno que acariciar? Que me perdone la cosmética, que es el arte de la simulación seductora.

¿Se podría decir que Aznar tiene un problema de piel? Quizá demasiado rígida. Unas arrugas discretísimas son indicio de que el tiempo pasa. Del mismo modo que disminuye la viveza del pensamiento y la precisión de los gestos. La frente de Aznar me parece, quizá, demasiado lisa, teniendo en cuenta la complejidad de la buena política.

*Periodista