La comunidad educativa se moviliza. Para mañana martes hay convocada una jornada de huelga en toda España. El sentimiento de indignación es generalizado hasta el extremo que alcanza todos los niveles posibles: desde infantil hasta la Universidad. Todos los sindicatos de la enseñanza están unidos contra los estragos que causarán los decretazos de un Partido Popular que, instalado en la esencia de su ideología, avanza impasible en su cruzada neoliberal.

La necesidad de reaccionar resulta imprescindible. Capitular y aceptar los argumentos gubernamentales sería mucho peor. Entre otras cosas, porque se desconocen. Que la educación en este país pague los platos rotos del modelo económico resultaría cómico, de no ser una tragedia. El error es de libro. Parece una ironía pero es así. Es de manual. El de la más dogmática de las ortodoxias del liberalismo económico. Recortar en educación no es la solución. Es la base del problema. Es, por decirlo de algún modo, un suicidio colectivo en términos de futuro. Un billete de regreso al pasado más rancio. El drama y el desplome de la economía viene precisamente motivado porque, en su delirio especulador y financiero, tenía pies de barro. Le faltaba educación, creatividad social, ética, inteligencia. La única apuesta segura en este tiempo de incertidumbres y pánicos es la apuesta por el conocimiento y la educación.

Lo que tendríamos que estar haciendo ahora no es liquidar el sistema educativo ni el sanitario. Ahora no tendrían que estar socavando las bases y las estructuras de nuestro estado social consagrado en la Constitución. Precisamente ahora, tendríamos que abrazar otro dogma, el de la educación como vacuna preventiva y pasaporte certero hacia un futuro mejor. Invertir más y mejor --y desde la más tierna infancia-- en todo cuanto guarde relación con la formación y la cualificación de las personas. El capital humano será el activo más importante de una economía sana y sostenible en el futuro.

En la educación convergen los dos grandes retos que toda sociedad avanzada debe formularse. Son los retos que todo buen Gobierno debe resolver y custodiar. La igualdad de oportunidades (la justicia y la cohesión social) y la fortaleza de su economía (la mejora de la productividad, la competitividad en un orden global, el empleo de calidad, etc.). Pues bien, estos dos vectores convergen en la educación. Esa batalla se libra en las escuelas, los institutos, las universidades, los centros del conocimiento e investigación, etc.

Por eso no se entiende que para salir de la crisis nos inyecten cada día en vena el miedo y la necesidad de recortes allí donde más duele. Menos profesores, peor pagados, más alumnos por aula, menos becas, tasas universitarias más caras, menos ordenadores (¡¡aquí el PP los descartó porque causaban miopía!!), menos investigadores, menos ayudas y una retahíla de agresiones que nos hundirán como país.

Y todo esto ocurre mientras los operarios montan las gradas para una nueva carrera en Valencia de la Fórmula 1 (cuyos magnates son los únicos que cobran puntualmente en esta Comunitat) y el presidente Fabra nos anuncia otro parque temático ligado a los Ferraris y ahí tenemos un aeropuerto-mausoleo que en lugar de aviones tiene invasiones de conejos. Un país de contrastes. Surrealista. Cómico si no fuese una tragedia. H