Querido/a lector/a, el sábado fui con media familia a la iglesia de la Asunción de la Vall d’Uixó a ver y escuchar el concierto de órgano que ofreció Juan de la Rubia. Por cierto, digo a ver y escuchar porque la clásica soledad del organista y su lejanía del público se ha solucionado con la tecnología y, ahora, con cámaras y pantallas se puede ver al artista y, en consecuencia, también su técnica y sus emociones

No era la primera vez que íbamos a un concierto del joven maestro organista de la Vall d’Uixó. Por citar uno de referencia cercana diré que en el 2007 fuimos testigos de su buen hacer en el concierto inaugural del órgano de la Concatedral de Santa María de Castellón. Pero lo simpático de este caso es que al salir del concierto, estando aún en la puerta de la iglesia, alguien se preguntó: ¿Qué se puede decir ante un concierto de órgano? ¿Qué se puede decir sabiendo que no tenemos excesiva idea de música y menos aún de algo tan diferente y majestuoso como un órgano? ¿Qué se puede decir sabiendo que el propio organista, con su trabajo en la Sagrada Familia de Barcelona, en la Escuela Superior de Música de Cataluña y en casi todos los templos organísticos de Europa, tiene acreditada su solvencia? ¿Qué se puede decir? Preguntas estas, de carácter retórico, que nadie respondió. No obstante, si un comentario técnico sería una pedantería ridícula e intolerable, no es menos cierto que se puede y se debe reconocer el buen rato que pasamos, lo que nos hizo disfrutar su música y, sobre todo, agradecerle su virtud porque gracias al constante cultivo de la misma se restauran o se construyen órganos y se organizan ciclos de música para este instrumento. En definitiva, se fomenta la cultura que, dicho de paso, es vida, memoria, libertad, etc. En última instancia, sigo pensando, ahora más que antes, que el órgano es el instrumento divino y espiritual adecuado para interpretar una súplica, un lamento, es decir, un blues.

*Analista político