La consellera de Educación, María José Català, no da abasto para apagar fuegos. Va de sobresalto en sobresalto. Pero buena parte de los incendios que luego tiene que apagar, hay que reconocerlo, han sido provocados por ella misma. Empezó el curso con la batalla por las fiambreras, hace pocas semanas andaba a vueltas con la Acadèmia Valenciana de la Llengua, por un diccionario que equiparaba el valenciano con el catalán, y ahora la ha liado gorda con el arreglo escolar y la supresión de 32 líneas en valenciano. Los hechos demuestran que, pese a su juventud, y lo que prometía cuando accedió al cargo, Català está pecando de falta de mano izquierda, un valor muy necesario cuando se toca un tema tan sensible como la educación, en el que intervienen tantos componentes.

Un cargo público nunca puede optar por el rodillo. Se corre el peligro de que la apisonadora acabe volviéndose en contra de uno mismo. Y menos si se tiene a la mayoría de la comunidad educativa enfadada, o incluso a los padres y al equipo de gobierno de Castellón ciudad. La provincia de Castellón, a diferencia de Valencia y Alicante, sí siente la lengua y defiende estudiar en valenciano. La consellera debe buscar soluciones satisfactorias para que el valenciano no salga de las aulas.