El término ha sido acuñado por el psicólogo británico Andrew Marshall, con el afán de describir a aquellas parejas que, sin grandes problemas, se preocupan tanto de cuidar la fachada exterior que se convencen de que todo va bien, ignorando así las dificultades, en lugar de buscar soluciones. Y entonces, a pesar de tener una apariencia perfecta, de llenar de emoticonos de corazones las conversaciones de whatsapp y de cacarear a los cuatro vientos selfies de felicidad absoluta en Facebook y/o Instagram, sin saberlo, se han convertido en un matrimonio zombi. Porque cuando por ejemplo existe una diferencia de opiniones y uno de los dos calla, sin explicar su punto de vista, se esquiva el problema pero también se rehúye la posibilidad de resolverlo. Y es que diferentes estudios demuestran que aunque el perdón y el olvido en una relación sentimental es beneficioso a corto plazo, a la larga suele ser perjudicial pues no se aprenden a resolver los conflictos de pareja.

Sin embargo, identificar los distintos problemas y visibilizar la contrariedad cuando algo no va bien es una regla básica que comparten las parejas que han llegado a la vejez con un mayor grado de satisfacción. Se podría concluir pues que tener desavenencias es sano para la salud marital; el problema está cuando no se sabe discutir, porque como todo en la vida, hay una delgada línea que separa la discusión del ataque personal. Por norma, existen dos motivos por los que se discute: por tener rencillas guardadas del pasado que no se dijeron en su momento y por tener ambos un carácter muy dominante. Es imprescindible a la hora de discutir evitar la descalificación y la burla hacia el otro (devaluando sus logros y/o denigrando sus conductas) y empatizar, reconociendo errores propios.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)