La manera como los gobiernos de Mariano Rajoy han gestionado la crisis tiene y tendrá consecuencias. Una de las más significativas es que no se ha hecho nada para erradicar determinados problemas, sino todo lo contrario. Uno de los ejemplos más palmarios es el de la vivienda. La tímida recuperación de los últimos dos años en el plano macroeconómico ha conllevado que rápidamente se vuelvan a disparar los precios en el mercado de compraventa de inmuebles. Las entidades crediticias, ansiosas de recuperar el mercado hipotecario anterior a la crisis, vuelven a conceder préstamos desorbitados que alientan un alza de los precios basada de nuevo en una capacidad ficticia de pagar esos altos precios por parte de los compradores. Y de inmediato, el calentón del mercado de las ventas inmobiliarias repercute directamente en el precio de los alquileres. En algunas ciudades, ese fenómeno se multiplica exponencialmente como consecuencia de la demanda y la rentabilidad del sector turístico.

Es una auténtica vergüenza que los miles de millones del erario público que se han destinado durante la crisis a tapar el agujero que el crédito hipotecario dejó en las cajas y en los bancos no hayan servido para crear el parque de viviendas de alquiler a precio asequible que necesita este país. Y lo necesita simplemente para equipararse en este aspecto al resto de Europa. Las recetas austericidas de la UE no impedían en ningún caso realizar una operación de este tipo, más bien al contrario.

Es el momento de pasar a la acción. La precaria mayoría de Rajoy en esta legislatura debería servir para atacar este problema de raíz: es urgente crear un marco jurídico que haga atractivo el alquiler a los ciudadanos que buscan una vivienda y a los inversores que quieran entrar en un sector que podría dejar de ser cíclico como lo es ahora. Esta apuesta por el alquiler debería igualmente ir acompañada de una política de precios asequibles para esas amplias capas de la sociedad que se han empobrecido y que jamás podrán volver a hacer frente a una hipoteca. Para conseguir este objetivo de convergencia europea se necesita un gran pacto, en primer lugar entre las fuerzas políticas y entre las diversas administraciones implicadas, pero también crear un modelo de crecimiento económico que no se base en el ladrillo. H