Desde el inicio de la Iglesia, la Virgen María está siempre presente en la vida de la comunidad cristiana. Su presencia es como la de una buena madre en una familia, que da calor, acogida, cariño, consuelo y protección. Puede que la presencia de la madre sea muchas veces imperceptible y pase desapercibida; pero ella está ahí, eficazmente presente, sosteniendo el hogar con toda dedicación, trabajo y esmero.

A lo largo del año, celebramos muchas fiestas en honor de la Virgen María, la Madre del Hijo de Dios, Madre nuestra y Madre de la Iglesia. El mes de mayo está todo él dedicado a la Virgen María para honrarla con el ejercicio de las flores, para agradecer su presencia y su servicio, para rezarla de modo especial, para invocar su protección, para sentirnos amados por ella y para dar gracias a Dios por tan buena madre. Pero mayo es, sobre todo, un mes para contemplar a la Virgen e imitarla en nuestro camino de fe y vida cristiana personal, y en nuestro camino de vida y de misión comunitaria como Iglesia del Señor.

El papa Francisco nos pide que cuidemos nuestra relación con la Virgen y nuestra devoción mariana. De lo contrario, algo de huérfano hay en nuestro corazón. No es signo de madurez cristiana creer superada la etapa de la devoción a la Virgen, dijo el Papa a los estudiantes de los colegios pontificios en el 2014.

Siempre tenemos necesidad de la Virgen, en particular en los momentos de dificultad; ella nos protege con su manto maternal. Además, la Virgen María nos ayuda a vivir nuestra condición de cristianos y discípulos misioneros de su Hijo. María nos anima y exhorta de modo especial a mantenernos fieles y perseverantes en la fe en su hijo, como lo hizo con los primeros cristianos, para ser testigos de Dios y de su amor en nuestro mundo. A Cristo por María: este es mi deseo para todos en este mes de mayo, dedicado a la Virgen.

*Obispo de Segorbe-Castellón