En las teles se dice que el expresidente de Baleares Matas va contando que lo de Nóos empezó después de que el rey Juan Carlos le llamara para pedirle que ayudara a Urdangarin a hacer negocios. Tenga base o no, si un rumor de ese calibre se hubiera difundido hace cuatro o cinco años los medios habrían ardido y hasta se habría hablado de crisis institucional. Ahora no pasa nada. Los escándalos que afectan a la Casa Real están ya amortizados y el juicio que se está celebrando en Palma no sale de la sección de sucesos de los periódicos. Ni la decisión de las juezas de que la infanta Cristina siga en la sala como acusada ha conmovido demasiado.

Está claro que la operación orquestada para salvar a la Monarquía ha sido todo un éxito y que sus estrategas han sabido ver más lejos y mejor que quienes hace unos años soñaron con derribar la institución. La abdicación de Juan Carlos I en favor de Felipe VI fue la pieza fundamental de ese empeño. Y aunque el Rey tiene aún desafíos muy serios que vencer, con la crisis catalana a la cabeza, parece muy sólidamente asentado en su cargo.

Pero la clave de que la cosa saliera bien es que la alternativa a la monarquía nunca tuvo la fuerza mínima necesaria como para ser tomada en serio. Ni los republicanos más conspicuos pensaron de verdad que el cambio era posible. Porque la monarquía es la clave de bóveda de nuestro sistema. Y por mucho deterioro que este haya sufrido en los últimos años, ningún político cabal cree, ni ha creído en momento alguno, que se pueda acabar con él.

Los excesos del rey Juan Carlos plantearon serios interrogantes. Pero el establishment supo reaccionar. Y hoy hasta Pablo Iglesias sonríe encantando cuando saluda al Rey. Y le regala videos. Hay pocas dudas de que España es un país muy estable. De los que más. H