Es el término de moda. Moncofear es el derecho legítimo de una persona a hacer lo que le venga en gana con sus propiedades para obtener un beneficio económico impresionante aprovechándose de lo que antes era un campo de naranjas. Moncofear es decir ¡viva los PAI!, ese regalo divino, esa suerte de haber heredado un campo que ya no vale por la tierra sino por lo que va a construirse.

Todo esto es legítimo y legal. Ahora bien moncofear es en términos políticos sinónimo de tener la cara muy dura, de demagogia política y de cinismo. El partido del alcalde de Moncofa, el mismo que el de Onda, el ex de Benic ssim, el de Morella o Almenara, ha dicho desde Madrid que la Comunitat Valenciana es Marbella pero, sin embargo, no ha dicho que detrás de las aspiraciones de los que quieren moncofear hay decisiones políticas recurridas por los tribunales dudando de la legalidad de actuaciones, al menos, algo dudosas jurídicamente.

Castellón no es Marbella, aunque ojalá lo fuera en determinados aspectos. No nos engañemos. La brutalidad de los radicales, que emulan a Milosevic en la financiación de su partido, y el silencio de sus socios, que callan ante los que permiten moncofear saltándose las normativas autonómicas, exigen un basta a quienes nos quieren comparar con políticos de Marbella.

Esta provincia no está marbellizada sino moncofeada. Moncofear es comprarse un Mercedes y querer construir sobre humedales aunque estén protegidos. El que moncofea no tiene la culpa. Ahora bien, los que hablan de legalidad y amparan el moncofeo, aunque sea saltándose las normas, merecen un severo castigo.

Periodista