El domingo mi partido cosechó su peor resultado desde las elecciones de 1991. Dos millones y medio de votantes decidieron no confiar en nosotros

En muchos municipios de la provincia y de la comunidad gobernará la suma de partidos perdedores, pero son mayoría y se producirá el cambio (aunque no sepamos muy bien hacia donde, como tampoco que todo cambio sea necesariamente mejor) porque no fuimos capaces de convencer a 558.000 electores que sí nos respaldaron en 2011.

Ximo Puig será, tras 25 años en política, president de la Generalitat pero, qué paradoja, se convertirá en molt honorable con el peor resultado de la historia del socialismo valenciano. Esa es la regeneración política que nos han estado vendiendo la izquierda.

Pero los ciudadanos hablaron y ahora hay que traducir a hechos los mensajes de las urnas. Tenemos que comprobar si lo que estamos ofreciendo coincide con lo que esperan de nosotros, y es obvio que no.

El derrumbe popular no responde solo a que no hemos sido capaces de explicar nuestra acción política basada, fundamentalmente, en una urgente y sostenible gestión económica de una crisis devastadora que ha carcomido la esperanza de millones de españoles. Una lectura complaciente e incompleta nos llevará al más absoluto de los fracasos y hay quienes ya están buscando eludir su alícuota de responsabilidad con excusas que no convencen a nadie porque la marca PP somos todos los que, de una forma u otra, tenemos responsabilidad en esta organización.

Si nos convencemos de que lo peor ha pasado y que ya hemos recibido el merecido castigo por no entender los nuevos vientos de cambio no tardaremos en darnos cuenta de que aún no hemos tocado fondo.

Si por el contrario, renovamos no sólo el lenguaje sino también las formas y devolvemos la ilusión a un proyecto que requiere, urgentemente, de un rearme ideológico, de una vuelta a los principios y valores que en su día nos inspiraron, asumiremos la iniciativa política que nos reclaman con insistencia. No es solo un problema de comunicación, es, principalmente, un problema de afecto, y por eso hay que unir las inquietudes de los ciudadanos a las nuestras.

Nuestros afiliados y simpatizantes lo merecen. Merecen que hagamos un llamamiento a los mejores, que fomentemos el diálogo y el consenso, que integremos experiencia y juventud y que consultemos la idoneidad de nuestros candidatos con procesos transparentes que garanticen que escuchamos la opinión de nuestras bases que, al final, son el alma del partido, quienes nos jalean en los buenos momentos y nos sostienen en los malos. Todos los que queremos a este partido y estamos comprometidos con él tenemos la obligación de abrir un debate constructivo, sin miedo a abordar cuestiones tabúes, porque si no lo hacemos no habremos entendido esa nueva mentalidad que se ha ido gestando en los últimos años y se ha impuesto ahora.

Pero para emprender esta travesía es imprescindible que contemos con todos los que han construido esta alternativa política que hoy sufre pero que tiene suficiente músculo como para levantarse e ilusionar.

Con quienes, a pesar de todo, nos han vuelto a apoyar, pues son nuestra base leal y esperanzadora sobre la que construir el futuro y también con los que críticamente nos han abandonado, pues recuperarlos debe ser el objetivo prioritario de nuestra acción política.

Las vendettas y las miserias políticas no son propias de nuestras siglas y persistir en los enfrentamientos y en las purgas internas sólo nos acomodarán por muchos años en la oposición.

Equivocarnos de adversario es un riesgo que hemos corrido y que debemos corregir. Dejemos de mirarnos el ombligo y abramos sin miedo el partido a sus verdaderos propietarios. H

*Diputada nacional del PP