Querido/a lector/a, es evidente que hay cosas que parecen que nunca cambian, que siempre siguen igual. En esta ocasión me refiero, sin animadversión ni mala leche, a la derecha política española.

Tan cierto que algunos solventes historiadores, además de calificarla de mediocre, cruel, gris, violenta… etc., la han señalado como el auténtico mal español. En todo caso, lo que parece indiscutible y una de sus esencias es que, a diferencia de la europea, nunca ha asumido fácilmente el Estado democrático y el contrato social y político que fundamenta el Estado democrático contemporáneo. Actitud que con aliados (la monarquía, el ejército, la iglesia, sectores de la prensa… etc.) la ha caracterizado a lo larga de la historia, desde el absolutismo hasta la dictadura Por cierto, razones existen, aunque la más trillada y aceptada es aquella que habla de la debilidad y de la dificultad de la burguesía patria para liderar una alternativa democrática.

Bueno pues, a pesar de lo dicho y con la misma tranquilidad de pulso, cabe admitir que desde la transición todo indicaba que nuestra derecha, con altos y bajos y siendo aún menos civilizada y moderna que la europea, estaba operando como una derecha liberal-conservadora que se adaptaba a los cambios, a la democracia. No obstante, ahora viene Pablo Casado, uno de los que compite por la presidencia del PP, y al hablar de refundarlo, ilegalizar a los partidos independentistas, recuperar delitos del código penal, anular los acuerdos de Schengen, modificar la ley de aborto, imponer políticas económicas neoliberales sin complejo, erradicar la ideología de género… etc, se radicaliza y nos trae el desagradable recuerdo de la derecha de siempre, la que nunca se llevo bien con el dialogo o consenso ni con la democracia. Una derecha que, en consecuencia, ha indignado a personas y pueblos y hasta nuestra propia historia. A la espera. A ver que pasa. Cabe lo peor.

*Analista político