Hasta en tres ocasiones expuso ayer en Barcelona Mariano Rajoy la idea de que mientras sea presidente del Gobierno “ni se celebrará el referendo que algunos pretenden ni se fragmentará España”.

Rajoy apoyó esta contundente afirmación en que la ley no permite una consulta y replicó al argumento de los soberanistas de que no se puede prohibir votar con la tesis de que “no bastan las urnas para que un acto sea democrático” sino que es imprescindible el respeto a la legalidad acordada por todos.

Su otro razonamiento contra la consulta fue que ninguna comunidad puede decidir sobre algo que afecta al conjunto de España.

Aunque hay interpretaciones distintas, según las que algún tipo de consulta es posible, los razonamientos de Rajoy podrían ser admisibles, y de hecho muchos constitucionalistas sostienen que se está ante una dificultad jurídica cierta.

Ahora bien, ¿qué hacer entonces ante el problema político que significa para el conjunto de España el proceso soberanista en Catalunya? Rajoy no dio respuesta a esta pregunta, para no dar pistas o porque carece de ella.

Mencionó de pasada que la Constitución puede cambiarse y que ese es el camino, pero otras veces ha dicho que el consenso debe ser igual o superior al de 1978 y que ahora no es el momento.

Ayer, ni siquiera se detuvo en ese argumento. Al contrario: equiparó Constitución a prosperidad de Catalunya, sin intención alguna de reformarla para mejorar el encaje político.

La ofensiva antisoberanista del PP lo basa todo en rebatir con propaganda la propaganda independentista. Rajoy reprocha a Artur Mas que oculte los inconvenientes de la independencia, pero él sí destaca las desventajas para Catalunya omitiendo los perjuicios que sufriría el resto de España.

Y la única novedad en esta disputa, aportada por el ministro Cristóbal Montoro, significa una marcha atrás, ya que no habrá balanzas fiscales sino unas “cuentas públicas regionalizadas” para eliminar el saldo entre comunidades y el cálculo del déficit fiscal.

El PP, como deslizó ayer Rajoy, no se aparta del análisis de que lo que ocurre en Catalunya se debe a la “pérdida de visión de algunos dirigentes” y que todo volverá a su cauce “cuando esta fiebre se enfríe”.

Olvida que la fiebre es solo un síntoma y que la enfermedad, si de eso se trata, no se cura con cataplasmas. Es necesario el ejercicio de la alta política.