En la primavera tuvimos un exceso de días calurosos, pero hemos llegado a mediados de agosto y se agradece un poquito de calor, cada cosa a su tiempo. Y, en cualquier hora del día, una buena ración de sandía. Dos porciones grandes de sandía dicen los que miden y cuentan estas cosas, que equivalen a un vaso de agua. Esta dulce fruta de origen africano es el alimento hidratante natural por excelencia del estío, además de una fuente de salud, con muchas vitaminas y escasas calorías. Su nombre primitivo era el de sandiyya, palabra que usan los árabes, que son quienes introdujeron el fruto, por barco, en España.

En realidad, a la sandía también podemos saludarla como melón de agua. Proviene de África, aunque fue en Asia desde donde salió hacia todo el mundo. En un corrillo a la orilla del mar, con David y Pura, Engracia y Juanjo Quílez, fue este quien nos informó de todo lo que estoy diciendo. Y es que este fruto grande y dulce que está irremediablemente unido al acto de sentarnos frente al mar y disfrutar de su sabor y de su agua azucarada, vive en este tiempo de verano su momento de gloria. Aunque a veces sea protagonista de modas extrañas, como la exposición realizada recientemente en una gran ciudad de Brasil, con sandías reproduciendo los rostros de las estrellas de fútbol, a cargo de un chef brasileño, lo cierto es que tiene una misión muy básica y reconfortante. Y es que apacigua nuestra sed y se amolda perfectamente a nuestra dieta, ya sea con pipas o sin ellas.

Nos dice Juanjo, que es madrileño e industrial, que la sandía es un fruto pepónide, como la calabaza, el pepino o el propio melón, cuyo peso ha llegado a marcar un récord Guiness de 112 kilos. En España desembarcó introducida por los árabes, como se ha dicho. Con 40 días de maduración de media, es entre junio y julio cuando reina entre las frutas del verano, aunque hay que decir que lo que comemos en España es un híbrido injertado que llegó en 1980 a Almería y que hace que sea más resistente tanto al frío como al calor.

También se ha utilizado desde siempre en la medicina tradicional, útil para combatir varios tipos de enfermedades. Es, en definitiva, una fuente de salud, aunque parezca la gran parte que sea agua y que solo contiene algunos gramos de proteínas.

HEMOS empleado la palabra oración en el titular de la página de hoy porque, mientras comía mi ración de sandía, el vientecillo que levanta objetos del suelo me hacía llegar un papel en el que --¡sorpresa!-- había todo o parte de un famoso escrito que se tituló en su tiempo Oración por un hijo. Está firmado por un famoso militar de la historia de Norteamérica, el general McArthur. Lo transcribo para mis lectores, con acusado placer:

--«Dame, Señor, un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo; un hijo que sea inflexible y orgulloso en la derrota honrada, y humilde y magnánimo en la victoria. Dame un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho; un hijo que sepa reconocerte a Ti… y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental en todo conocimiento. Condúcelo, te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades. Allí déjalo aprender a sostenerse firme en la tempestad. Y a sentir compasión por aquellos que fallan. Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos; un hijo que se domine a sí mismo antes que pretenda dominar a los demás. Y después que le hayas dado todo eso, agrégale, te lo suplico, suficiente sentido del buen humor, de modo que pueda ser siempre serio, pero no se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza. Entonces, yo, su padre, me atreveré a decir: no he vivido en vano».