Ayer fue un día de emociones, lleno de encuentros, cargado de recuerdos, de sentimientos y de tradición.

Ayer, como cada año, acudí a la Cavalcada del Pregó en Castellón, donde la mitología e historia de la ciudad se dan la mano, donde los pueblos de la provincia desfilan hermanos y con la que arrancan los actos de los festejos.

Un año más, Peñíscola acudía a la cita con su tradición gracias a la representación de les danses, en uno de los momentos que -sin duda-- para las peñiscolanas y peñiscolanos son motivo de orgullo infinito, porque al son del traninaniná no solo bailan las faldas azul celeste y las cintas multicolor, sino también nuestra emoción y recuerdo, nuestra devoción por nuestra patrona, la Virgen de Ermitana, a quien cada septiembre honramos con ellas.

Todos los bailes tradicionales son bellos y hermosos, pero a cada uno nos toca el corazoncito el nuestro, y yo cada vez que les veo en el desfile, no puedo evitar pensar que son el grupo más especial.

Es imposible no emocionarse, no sentirse orgulloso de lo que representan. Cuando reconozco entre la multitud que sigue los bailes tantas caras conocidas de vecinos y vecinas de Peñíscola a quienes se les empañan los ojos cuando oyen la melodía que ya bailaban sus antepasados; cuando siento que otros pueblos reconocen en nuestra representación la tradición más ancestral.

Muchas miradas nos buscan a los representantes municipales en ese instante, miradas de emoción, de reconocimiento, que hacen que cada año sienta aún más orgullo que el anterior por ser el alcalde del pueblo más bonito y con las danzas más bonitas del mundo.

*Alcalde de Peñíscola