La reunión en Waterloo ha marcado el inicio del nuevo curso político catalán. El encuentro entre el president Quim Torra y el expresident Carles Puigdemont se anunció como una cita para trazar las líneas maestras de la estrategia política. En realidad, la propia reunión ya formaba parte de esa estrategia: transmitir la condición de interinidad de Torra y reforzar a un Puigdemont perseverante en su intención de seguir marcando la agenda independentista en un otoño de especial relevancia.

A pesar de que el Gobierno de Pedro Sánchez sigue apostando por rebajar la tensión y responder solo a los actos y no a los desafíos verbales, las citas que vienen en fechas próximas como la Diada y el recuerdo del 1-O avivarán, sin duda, los desencuentros.

La lucha por la hegemonía en el campo independentista marcará también el inicio del curso y parece que Puigdemont tiene un cálculo claro de cómo jugar para ganar la mano a ERC. Ante el carácter pragmático adoptado por los republicanos, el expresidente sigue instalado en el efectismo y la confrontación que le han permitido sobrevivir políticamente. El otoño se plantea como un tablero en el que no solo el independentismo va a medir sus pasos, los movimientos de Ciudadanos y el PP también deberán leerse en clave partidista, con la intención de desgastar a Sánchez.

En el horizonte sobrevuela el adelanto electoral. Puigdemont también puede tener la tentación de forzar la cita con las urnas antes de que ERC pueda consolidar una posición de dominio en las municipales de mayo. El curso se aventura bastante movido y con Cataluña en el epicentro del seísmo político.