Querido/a lector/a, hay alguien en el mundo que tiene la impresión de que aunque pasen los años, los siglos y los milenios el asunto de los inmigrantes, de los refugiados, sigue igual. No cambia.

Por cierto, para evitar confusiones y darle más fuerza a la noticia, diré que no me refiero a mí, claro, sino al papa Francisco. Este buen hombre, antes cardenal Jorge Bergoglio, no olvida que es argentino pero de padres inmigrantes italianos. Posiblemente por eso, pero sobre todo, influido por las calamidades que sufren los inmigrantes, ha utilizado un clásico, la Misa del Gallo, para denunciar el drama de los inmigrantes en el mundo y, al tiempo, señalar a los gobernantes, dirigentes económicos, negreros, etc, que provocan esa realidad o la utilizan para sacar beneficio de la sangre inocente. En definitiva, ha recordado como José y María salieron huyendo y como Jesús nació en un pesebre sin medios, sin derechos, como ahora miles y miles de seres humanos. Ocasión que también ha aprovechado para pedir una carta de derechos ciudadanos para todos.

Querido/a lector/a, la denuncia, la petición, viene bien, es necesaria. Sin duda. Pero lo es porque la realidad va por el otro lado. La gente no elige irse, son expulsados. Llegan a países, sino mueren por el camino, que no son bien recibidos y si se quedan se transforman en seres mal vistos y abandonados sin papeles y sin derechos. Encima, la salida de derechas que se ha aplicado a la crisis lo complica más porque, al recortar el gasto social, desaparecen o se reducen los programas de inclusión o de equilibrio social. Al final, incluso se les niega, como ahora con la sentencia del Tribunal Constitucional, la sanidad o, peor aún, se abren locales de retención para gentes que no son delincuentes. Así es que, lo del papa Bergoglio, la exigencia de la hospitalidad y la ternura está bien, pero hace falta la justicia social y la defensa del bien común.

*Analista político