Querido lector/a, el sábado participé en la marcha que contra la enfermedad del párkinson que se celebró en la Vall d’Uixó. El Mendi, mi amigo Mendieta --uno de los impulsores de estas movidas callejeras deportivas y solidarias-- sabía que mi padre, el que fue durante tres legislaturas alcalde democrático de la Vall, sufrió el párkinson en los últimos años de su vida. Por eso, pienso yo, apeló a mi conciencia para que sin falta estuviera en la salida.

La verdad es que no tuvo que insistir mucho. Nada. Desde el primer instante me acordé de aquella enfermedad personal y familiar que, cuando mi padre dejó de ser alcalde y se relajó y bajó la tensión diaria del compromiso cívico, apareció en su vida y en mi casa y, día a día fue llenándolo de temblor, paralizándolo, destruyendo su capacidad cognitiva y expresiva, etc. Reviví, pues, la lucha digna de quien no quiso resignarse al párkinson y se defendió con ilusión de victoria. Tanto que, recuerdo, se esforzaba en escribir, leer en voz alta y moverse y hacer mucho deporte con mis hijos, sus nietos. Al final, y a pesar de las medicinas, de su gran voluntad y del cariño y ayuda de toda la familia, se quedó mirándote a los ojos con una serena y dulce sonrisa, pero sin identidad, sin saber quién era o quién eras. Circunstancia que me partía el alma y, a veces, con acierto o con error, le evitaba visitas porque no quería que aquél hombre siempre valiente y consciente, lo pudiesen recordar como un derrotado e inconsciente.

Querido lector/a, fui a la marcha de la Vall contra el párkinson para ayudar a visualizar la enfermedad, pedir investigación, solidaridad..., pero sobre todo para que nunca ningún enfermo se sienta solo, perdido y pueda pensar que no lo quieren. Lo que ayer les decía a mis hijos, hoy os lo digo a todos: abrazadlos y besadlos porque ellos hicieron lo mismo con vosotros cuando, por pequeños, tampoco sabías quienes éramos.

*Experto en extranjería