Ayer fue un día de emociones, lleno de encuentros, cargado de recuerdos, de sentimientos y de tradición. Para mí lo fue y por partida doble.

Ayer, como cada año, acudí a la cabalgata de el Pregó en Castelló donde la mitología e historia de la ciudad se dan la mano, donde los pueblos de la provincia desfilan hermanos y con la que arrancan los actos de los festejos. Un año más, Peñíscola acudía a la cita con su tradición gracias a la representación de les danses, en uno de los momentos que para las peñiscolanas y peñiscolanos son motivo de orgullo infinito, porque al son del «traninaniná» no solo bailan las faldas azul celeste y las cintas multicolor, sino también nuestra emoción y recuerdo, nuestra devoción por nuestra patrona, la Virgen de Ermitana, a quien cada septiembre honramos con ellas.

Todos los bailes tradicionales son bellos, pero a cada uno nos toca el corazoncito el nuestro.

Este año, además, he conseguido emocionarme doblemente porque he vivido y sentido en primera persona el Pregó y lo he hecho con el más alto de los honores y una gran responsabilidad, encarnando al ciudadano más ilustre de nuestra Noble Leal y Fidelísima Ciudad en el Mar. En la primera parte de la cabalgata, la historia y mitología de Castellón visten la calle y, como la historia de nuestra ciudad es la historia de nuestra provincia y viceversa, el Papa Benedicto XIII, nuestro Papa Luna, aparece como coprotagonista de un desfile de Grandes.

Ostenté ayer su título, sentí el peso de su mitra y encarné su paso por nuestras tierras con la emoción de un chiquillo, con la modestia y el compromiso de un hombre.

Fue un honor.

Gracias ciudad de Castellón y gracias a quienes hicieron posible que ayer, por unos instantes, representase mi querido pueblo en la figura del pontífice que lo situó durante la Edad Media en el epicentro del mundo.

*Alcalde de Peñíscola