A pesar de haberse estrenado a finales de año, Perfectos desconocidos, del director Alex de la Iglesia, se ha convertido en la segunda película española más taquillera del año, tan solo por detrás de Tadeo Jones 2.

La trama se basa en una reunión de viejos amigos que quedan para cenar en casa de una de las parejas y, con el objetivo de romper con la rutina, proponen el juego de dejar los móviles a la vista encima de la mesa, teniendo obligatoriamente que contestar tanto a las llamadas como a los mensajes en voz alta, simulando que se está a solas, mientras el resto de grupo permanece atento y en silencio. Aunque en un principio todo ocurre de manera distendida, el clima no tarda en enrarecerse a medida que van llegando llamadas y mensajes que cercioran que, en realidad, ninguno de ellos conoce tan bien al resto como pensaba, haciéndose pública las miserias, engaños y secretos más íntimos.

LLEGADOS a este punto, la duda es la siguiente: ¿es mejor saber la verdad o es preferible cerrar los ojos y seguir viviendo en la ignorancia? Por un lado, hay gente feliz viviendo en la caverna de Platón, es decir, viendo sombras falaces, que simulan una realidad engañosa y superficial, que distraen de la auténtica realidad que confundiría y angustiaría en exceso. Otros en cambio, necesitan saber todo de su pareja, familia o amigos por doloroso e incómodo que sea, con el fin de aprender a amar a sus seres queridos tal como son, sin sombras.

Lo cierto es que mirar hacia otro lado es postergar el hallar la solución a un conflicto. Está comprobado que una vida tejida con mentiras y ocultamientos equivale a una vida no saludable. La verdad puede ser más dolorosa que el engaño, pero mejora al cuerpo y a la mente.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)