Querido lector:

El anuncio de Alberto Fabra afirmando que dejará la presidencia regional de su partido después de las elecciones generales y que no se presentará a la reelección en el congreso que tendrá lugar posteriormente, por mucho que señale que tomará posesión de su acta de diputado, que actuará como jefe de la oposición en el debate de investidura del nuevo presidente de la Generalitat y que liderará su propia transición interna, lo que de verdad supone es abrir la caja de los grillos en el PP de la Comunitat Valenciana.

Una decisión, además, consecuencia de los pésimos resultados electorales cosechados por la formación popular y enmarcada en el tsunami interno del PP a nivel nacional, provocado por la extendida decepción y el desconcierto generalizado entre las filas populares ante la rebelión de los barones territoriales, el inmovilismo inicial de Rajoy y la obligada reacción posterior que aún no se sabe qué consecuencias puede acarrear.

Con este panorama, sin hablar de las consecuencias más cercanas a nivel municipal y en medio de negociaciones para mantener alcaldías, el PPCV bulle en busca de reordenamiento, de reorganización, de renovación, de referentes y de estrategias y reacciones ante la inminencia de las elecciones generales y el temor a un tercer varapalo consecutivo.

Es de prever que esta ebullición traiga consigo resultados rápidos a corto plazo, aunque solo sea por necesidad. En el partido con mayor estructura y militancia de la Comunitat sería un suicidio lo contrario.

Y en este contexto surgen un par de nombres de nuestro entorno provincial. El primero Isabel Bonig, la número 2 del PPCV y el perfil mejor posicionado para liderar esa sucesión y el nuevo proyecto popular en la Comunitat. Y el segundo, Javier Moliner, el único presidente provincial con base institucional al mantener la Diputación y el único barón territorial incuestionado que mantiene la unidad de cargos y militantes, según se desprendió de la junta provincial del PP celebrada el pasado martes.