Se acerca la Navidad. Con frecuencia nos quejamos del sesgo que va tomando la Navidad en una sociedad marcada por el bienestar material, el consumo, la diversión, la superficialidad y la indiferencia religiosa. Nos duele cuando se oculta su sentido cristiano en adornos públicos o en felicitaciones, o se promueve la desaparición de los símbolos navideños típicamente cristianos.

Pero, si somos sinceros, reconoceremos que ese ambiente consumista, hedonista y pagano ha hecho ya mella en muchos cristianos. En lugar de lamentarnos deberíamos favorecer en nosotros mismos y en los demás una buena preparación a la Navidad en el Adviento, que pide la conversión de mente, corazón y vida a Cristo, que viene a nuestro encuentro. Un modo muy concreto de prepararnos para la Navidad es recuperar en nuestras casas los símbolos cristianos navideños, como son el belén y el árbol, y hacerlo con fe.

El belén en casa es una invitación a la fe, al amor y a la unión en la familia. El belén en casa es presencia viva de Jesús en la familia. A su alrededor, la familia cristiana se reúne para preparar y celebrar la Navidad: Jesús nace en el pesebre de Belén por amor a todos y a cada uno de nosotros. Cuando la familia ora alrededor del belén allí, aunque de un modo invisible, Jesucristo está presente y la acompaña en su oración.

Entre nosotros se ha ido estableciendo también la costumbre de poner el árbol de Navidad. Este árbol nos habla del árbol de la vida, plantado en el paraíso. Las luces del árbol de Navidad nos hablan de Cristo, luz del mundo. La estrella colocada en lo más alto del árbol nos evoca la estrella de los Magos, aquella que los guió a su encuentro con Cristo.

Nuestra fe viva y vivida en la venida de Cristo nos llevará también a dar público testimonio colgando en los balcones o ventanas de nuestras casas un símbolo de la Navidad cristiana.

*Obispo de Segorbe-Castellón