El atentando registrado en París golpea la conciencia moral de la humanidad. Balazos contra seres humanos inocentes y contra valores que nos identifican como civilización. Valores varias veces centenarios y que elevan la conciencia ética de la especie humana. La libertad, la igualdad y la fraternidad.

Principios que vertebran los mínimos imprescindibles para construir una convivencia global que valga la pena. Principios que inspiran la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que, bajo ningún concepto, son negociables.

Vivimos en un mundo mestizo, multicultural y diverso en credos e ideologías. Europa levanta acta de este despliegue plural que nos emplaza a convivir o a destrozarnos. Convivir es conocer y aprender mutuamente. Penetrar con voluntad tolerante las diferencias. Las hay y muchas. La convivencia nunca ha sido una cuestión fácil. El principal hándicap ha sido la ignorancia y el desconocimiento que levanta muros mentales y desencadena odios y recelos. El error, la mentira, la confusión, causan el racismo, la xenofobia y otras lacras. Sí, la mentira, el engaño.

Por eso era tan importante establecer políticas audaces como la Alianza de Civilizaciones que lanzó España junto a Turquía, como antídoto a la versión-profecía de Huntington sobre un choque de civilizaciones. Aquellos insensatos que la ridiculizaron prefirieron iniciar guerras ilegales cuyas consecuencias todavía sufren millones. Una alianza que desmontara los desencuentros y las confusiones. Imprescindible para convivir en un mundo global e inseguro. Lo propuso España, que protagonizó en su historia episodios tan gratificantes para la convivencia como algunos periodos de Al Andalus. Contra lo que nos pudieron enseñar de pequeños, no hubo en todo el mundo medieval otro ejemplo de mezcla de sangres y fertilidad científica, filosófica, literaria y humanística. Un paradigma de tolerancia, delicadeza estética y sensibilidad. Como lo fue Toledo o Estambul.

Es ahora, en estos momentos de rabia y confusión, en los que cobra especial sentido reivindicar la libertad religiosa. Una libertad que, por cierto, siempre tiró del carro del resto de libertades civiles. Resulta relevante la inmediata reacción de todas las autoridades religiosas islámicas que, ubicadas en Europa, han condenado enérgicamente esta salvajada criminal.

Los terroristas no entran en este esquema. Pero sí millones de creyentes, ateos, agnósticos y toda suerte de sociedades que se mezclarán irremediablemente. La alianza debería ser contra todos los odios y terrores. H

*Secretario general provincial del PSPV-PSOE y portavoz en la Diputación