Donald Trump encontrará mucho mejor ambiente en Singapur en su reunión con el líder dictatorial norcoreano que el que se respiraba en Canadá con los presuntamente aliados, lo que dice mucho del estado del mundo. La reunión de mañana es histórica por tratarse del primer encuentro entre un presidente de EEUU y el líder del país hasta ahora más cerrado del mundo, dominado por una dinastía estalinista. También lo es por la forma en que se ha llegado a esta reunión de dos dirigentes, ambos totalmente imprevisibles, ambos con arsenales nucleares, y después de lanzarse durante meses una caterva de amenazas e insultos tabernarios hasta una primera suspensión del encuentro. El resultado de la reunión es tan imprevisible como sus protagonistas.

Sin embargo, mucho se ha avanzado en el conflicto entre las dos Coreas que es el núcleo del problema. La llegada de Moon Jae-in a la presidencia surcoreana ha permitido encarrilar la solución en poco tiempo hasta poder realizarse una cumbre intercoreana entre los presidentes el pasado abril, abriendo la vía a un tratado de paz todavía inexistente entre ambos países tras la guerra que los enfrentó en los años 50. La otra cuestión, la desnuclearización del norte, aparece como el punto más espinoso. El líder supremo Kim Jong-un se dice dispuesto a emprenderla, pero el norte siempre ha usado su arsenal nuclear como instrumento de chantaje mientras que la capacidad negociadora de Trump es algo que todavía está por ver.