La imagen de un conductor que enviaba un mensaje de móvil aprovechando la detención ante un semáforo era considerada casi una temeridad hace pocos años. Hoy son muchos, demasiados, los automovilistas que hacen lo mismo pero en marcha. Una auténtica insensatez que ha hecho que los accidentes con víctimas debidos a la distracción del conductor hayan aumentado seis puntos en dos años. Las herramientas de comunicación personal a través del smartphone se han multiplicado en muy poco tiempo, son accesibles por todo el mundo y muchas personas las consideran tan imprescindibles como una parte de su propio cuerpo. Pero se impone la cordura y la necesidad de afrontar esta anomalía antes de que tenga carta de normalidad y adquiera un volumen mucho mayor. Aunque parezca una obviedad recordar el alto riesgo de conducir y, al tiempo, estar pendiente de un aparato electrónico, es preciso aumentar la pedagogía y combinarla inevitablemente con medidas coercitivas. La dramática experiencia de décadas pasadas, con centenares de muertos en la carretera debidos al alcohol, no puede reproducirse ahora por el mal uso de tecnologías que deben hacer la vida más fácil a la gente, no arrebatársela (o arrebatarla a otros) de forma estúpida.