Te costará un riñón, dice la expresión. Dany, el joven camerunés golpeado en la valla de Melilla por la Guardia Civil, seguramente no la conocía. Pero su viaje a la esperanza le ha costado literalmente un riñón y medio cuerpo paralizado. Sobre los cuerpos maltratados de los más débiles llueven los palos de un Occidente apuntalado en las fronteras. Esos lugares que bloquean el paso a las personas y que lo franquean al gas o a las materias primas de las tierras cuyos habitantes despreciamos.

Es difícil encontrar nuevas palabras para denunciar un crimen tan viejo como cotidiano. Día tras día, centenares de desesperados se agolpan frente al escaparate de Occidente dispuestos a arriesgar su vida por alcanzar algo. Una tragedia que ya solo reclama nuestra atención cuando el dolor es tan intenso que nos hace sentir una leve punzada en la conciencia. Pero mientras haya hambre habrá injusticia y culpa. Una culpa que viene de antiguo. Las páginas de la historia están manchadas de la sangre de la esclavitud, de la ignorancia perpetuada para salvaguardar el poder de unos pocos, de la corrupción alentada para defender los intereses del primer mundo, fundamentalmente de sus élites económicas, pero no solo de ellas. Y nosotros, en tanto que perpetuamos esa injusticia de muerte, nos convertimos en dignos herederos de la culpa. H

*Periodista