Tres conclusiones pueden extraerse de las elecciones departamentales de Francia, en las que la derecha ha obtenido 67 del centenar de provincias y ha derrotado ampliamente a la izquierda, que pierde la mitad de los 60 consejos generales (diputaciones) en los que gobernaba. La primera es confirmatoria: cuando gobierna una fuerza, la oposición suele imponerse en los comicios intermedios. La segunda es deplorable: la izquierda ha perdido por su división, frente a la unidad de la derecha y el centro, y porque Nicolas Sarkozy ha roto el pacto republicano al pedir la abstención en los duelos entre el Partido Socialista y el Frente Nacional, mientras que los socialistas lo han cumplido votando a los aspirantes de la Unión por un Movimiento Popular en los enfrentamientos con el FN. Y la tercera conclusión es inquietante: el partido de Marine Le Pen no gobernará ningún departamento, pero ha aumentado enormemente su implantación territorial, con más del 22% de los votos. El tripartidismo ha llegado a Francia.

Los electores movilizados (el 50%) han castigado la política de François Hollande y han dado a Sarkozy el primer triunfo desde su regreso a la política. El éxito lo sitúa en buena posición para volver al Elíseo en dos años.