El Rusiagate tiene otro capítulo, esta vez protagonizado por uno de los hijos del presidente, Donald Trump Jr. Según ha revelado The New York Times, Trump Jr. reconoció haberse visto con una abogada rusa, pero aseguró que el tema tratado entre ambos era el de las adopciones de niños rusos. A la mañana siguiente declaró que además de este tema de fricción entre ambos países en dicha entrevista esperaba obtener información perjudicial para Hillary Clinton.

¿Acabará aquí este lento y obligado desglose de información sobre el encuentro del hijo del presidente con la abogada rusa? Esperemos que no. Esperemos que en este caso (que apunta a una colusión, es decir a un pacto ilícito con daños a terceros, es decir, Clinton), y en todos los demás manejos inconfesados entre el entorno de Trump y el Kremlin se llegue al fondo de la cuestión porque lo que está en juego es la democracia y la independencia en la primera potencia mundial.

En el contexto del creciente escándalo del Rusiagate una de las propuestas planteadas por el presidente estadounidense en su encuentro bilateral con Vladimir Putin en la reciente cumbre del G20 en Hamburgo suscita alarma. Es la creación de una «impenetrable» unidad de ciberseguridad para protegerse del hackeo en tiempos electorales. Desde Washington se ha defendido esta iniciativa comparándola con unos ejercicios militares realizados con países aliados. Pero Rusia no es un país aliado de Estados Unidos por mucho que Trump sonriera durante su encuentro con el zar del Kremlin. Basta recordar el informe conjunto elaborado por las tres agencias de inteligencia estadounidenses (CIA, FBI y NSA) en el que aseguraban que había sido Putin en persona quien había ordenado la campaña para posteriormente denigrar a Clinton perjudicando así su candidatura y de paso lesionando el proceso democrático.

Tras el encuentro en Hamburgo, Trump ha pretendido pasar página iniciando una nueva era de relaciones entre su país y Rusia, pero la realidad siempre es tozuda. El Rusiagate no se va a cerrar porque lo diga o lo quiera el presidente. En EEUU sigue habiendo una prensa libre que hace muy bien su trabajo, y unas agencias de inteligencia y unos funcionarios que, pese a sus errores, saben que se deben al país, no a los intereses de un presidente o de su entramado familiar.