Querido lector/ra, he leído un artículo de alguien que decía que los españoles hemos sido gente que no hemos querido a nuestra patria. Pero, además, el mismo artículo pedía a las nuevas generaciones que amasen a su patria. Artículo que me inquietó y hasta me alteró un buen rato. Me obligó a revisar mi propia experiencia vital para no caer en la opinión ni en los intereses de otros. Pero, sobre todo, porque esto de las identidades, del nosotros mismos, siempre es un rollo peligroso con tendencias excluyentes, pero mucho más en tiempos de crisis.

Así es que, lo de las viejas generaciones lo tengo claro. Los que la regentaban, el franquismo, hicieron que la patria fuera un infierno para los demócratas y la gente de buena voluntad. Era una dictadura, algo que no se puede amar porque te aísla internacional y económicamente, suprime los derechos humanos y las libertades públicas más elementales, te expulsa al exilio político y económico, te hace mal vivir en el marco de la autocensura, imposibilita la realización personal, etc. Es algo que da vergüenza. Y en lo que afecta a mi casa, a mi familia, nos condujo la clandestinidad, al Tribunal del Orden Público, a la perdida de la milicias universitarias y del empleo…etc. Tanto es así que, para todas esas generaciones, lo bueno, aquello a lo que se aspiraba y se soñaba, estaba fuera de España, de la patria. Es decir, más allá de los Pirineos.

Respecto del amor o querer de las nuevas generaciones, tampoco pinta bien. Es evidente que no es igual la dictadura que la democracia. Pero, el amar o querer exige de la patria, de quienes rigen sus destinos, que construya un futuro de oportunidades, igualdad, bien común y justicia social. Pero si se les sigue condenando al paro, a la inmigración laboral, a la inseguridad..., la patria, el país o lo que sea, suena a desprecio. Y es que, la patria, no es la tierra, son las personas. Tanto que, no hay patria, somos la patria. Más o menos.

*Experto en extranjería