Cuando se cumplía un año del brutal atentado en el aeropuerto de Bruselas en el que 35 personas perdieron la vida, el terrorismo se cebaba en otra capital europea, en este caso en Londres, delante de un lugar tan simbólico de la democracia parlamentaria como es el palacio de Westminster, sede de la Cámara de los Comunes y la de los Lores. En esta ocasión, el terrorista no ha necesitado explosivos. Le ha bastado con un vehículo familiar -ni siquiera un camión como en los trágicos atentados de Niza o Berlín-, y un cuchillo para sembrar la muerte con el resultado de cuatro fallecidos (uno de ellos, el presunto agresor) y al menos 20 heridos. El atentado se produce horas después de que el Gobierno británico, junto con el de EEUU, decretara la prohibición de llevar aparatos electrónicos como portátiles o tabletas en cabina a los pasajeros en vuelo directo desde una serie de países de mayoría musulmana.

Lo ocurrido a los pies del Big Ben londinense indica que por mucha normativa, en este caso polémica por poco eficaz según muchos expertos, el terrorismo encontrará siempre la forma de orillarla, y además, como han demostrado otros ataques en suelo europeo, el terrorista no necesita viajar. En muchas ocasiones es tan europeo como cualquiera. Ello no significa que el miedo deba apoderarse de nosotros. La mejor arma para combatirlo es la información, unas fuerzas de seguridad competentes que dispongan de todos los medios necesarios y la defensa de nuestros valores compartidos.