La Transición se ha quedado sin héroes. De maneras distintas, las más escandalosas las de rey Juan Carlos y la de Jordi Pujol, los hechos posteriores a aquel periodo han empañado o destruido completamente la imagen pública de los personajes que lo protagonizaron. No queda prácticamente ninguno que no tenga una tacha, ninguno que pueda un ser ejemplo indiscutible de probidad y de servicio al país. Es decir, un valor referencial para las generaciones posteriores.

Es un déficit importante. Porque contribuye a que los ciudadanos tengan una idea negativa de su pasado. Y esa actitud no es buena para construir el futuro. Las deformaciones interesadas de lo que ocurrió en la Transición han terminado por colocar en contra de la misma a una parte significativa de la población, particularmente a la más joven. El caso Nóos, la cacería de Botsuana y la confesión de Pujol no pueden sino reafirmar en ellos la sensación de que todo fue un trapicheo.

Para la gente corriente, Felipe González se convirtió en un político más, y de esos a los que les gusta el dinero, el día que aceptó ser consejero de Gas Natural. Antes de que desapareciera de la escena, la derecha había destruido la imagen de Suárez. Carrillo fue condenado al ostracismo.

Sin protagonistas ejemplares, la Transición corre el riesgo de figurar con letra pequeña en los textos escolares del futuro. España quema su pasado. Y no tiene figuras que puedan impedirlo. H

*Periodista