Hoy, Domingo de Ramos, comienza la Semana Santa, la semana grande de la fe cristiana. Los días siguientes nos llevarán hasta su corazón, el Triduo Pascual, los tres días santos, en que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Cristo Jesús.

El Triduo Pascual comienza el Jueves Santo con la misa vespertina En la cena del Señor. En ella conmemoramos, la institución por Jesús de la Eucaristía, el memorial de su Pascua. Como cada familia judía, Jesús se reúne con sus discípulos para celebrar la fiesta de la Pascua comiendo el cordero asado para conmemorar la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús, consciente de su muerte inminente, en lugar del cordero se ofrece a sí mismo por la liberación de nuestros pecados: él es el verdadero cordero pascual. Al bendecir el pan y el vino en la cena, Jesús anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta que quiere perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, él se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. En la última cena, Jesús constituye a los Apóstoles en ministros de la Eucaristía; pero, antes de nada, les lava los pies, invitándoles a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. Jesús nos deja así su testamento, el «mandamiento nuevo» del amor fraterno, en el gesto del lavatorio de los pies. Sus discípulos estamos llamados a testimoniar así el amor del Redentor.

El Viernes Santo está centrado en la contemplación y adoración de Cristo en la Cruz. En las iglesias se proclama el relato de la Pasión y resuenan las palabras del profeta Zacarías: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37), mientras que en el Sábado Santo, la Iglesia permanece unida a María en silencio y en oración junto al sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios yace inerte como en una condición de descanso a la espera de su resurrección. H

*Obispo de Segorbe-Castellón