El miércoles pasado, día 18, empezó la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que concluirá el día 25, fiesta de la Conversión de san Pablo apóstol. Esta valiosa iniciativa espiritual implica a las comunidades de todas las Iglesias y comunidades eclesiales desde hace más de cien años. Se trata de un tiempo dedicado a la oración por la unidad de todos los cristianos bautizados, según la voluntad de Cristo: “Que todos sean uno” (Jn 17, 21). Hemos de reconocer que esta Semana ha perdido fuerza entre nosotros, después de años de viva celebración. Quizá nuestras urgencias y preocupaciones sean otras o que las dificultades en el diálogo ecuménico nos hayan desalentado. Pero, la oración y el compromiso por la unidad de los cristianos siguen siendo algo vital, necesario y urgente.

La actual división de los cristianos contradice abiertamente la voluntad de Jesús; es un escándalo para el mundo y debilita la tarea que el Señor nos encomendó de predicar el Evangelio a toda criatura, más si cabe en tiempos de descristianización.

La unidad es esencial y vital para la Iglesia de Cristo; la Iglesia ha de ser una y mostrarse visiblemente unida para ser creíble en el anuncio del Evangelio y ser así en verdad fermento de unidad e instrumento promotor de unidad de los hombres con Dios y de todo el género.

El hecho de que Dios ha reconciliado consigo el mundo es motivo para darle gracias y celebrar los dones de Él recibidos. Pero esto también tiene que incluir el arrepentimiento por la división causada y mantenida en el Cuerpo de Cristo y por los demás pecados cometidos.

Sólo entonces podremos dar testimonio de que la reconciliación y la paz son posibles. Así los hombres reconocerán en la Iglesia el sacramento de la unidad del género humano, ella aparecerá como testigo de Cristo, como ámbito del encuentro de la congregación de los hombres y las naciones en Cristo.

*Obispo de Segorbe-Castellón