Hace unos años, el departamento de Turismo del Ayuntamiento de Benicàssim proyectó una acción cultural denominada Ruta de las villas y hasta editó algunos folletos para informar cumplidamente de la historia de nuestro entorno. Incluso hizo colocar unos paneles informativos en cada una de las casi 30 villas que se mantenían en pie y estaban lustrosas y en uso. Todo se ha venido abajo. Algunas de las villas están abandonadas, tal vez porque no se acierta a generar un plan de viabilidad que deje a todos contentos, parece que la política municipal tiene otras prioridades. Y es que los paneles se han deteriorado de un modo vergonzoso y algunas de las que fueron hermosas villas también se van abandonando poco a poco.

Aprovecho la introducción para recordar que la primera construcción para el veraneo fue la de Pilar Fortis Mas en aquellos finales del siglo XIX. La hizo construir su marido, el ingeniero Joaquín Coloma cuando dirigía la colocación de la vía del ferrocarril y se enamoró de esta bahía de secano junto al mar. Otras villas fueron creciendo alrededor promovidas primero por familias amigas de Valencia y después de Castellón. Pronto apareció el palacete que hoy conocemos como El Palasiet, que es ahora un lugar mágico que la família Farnós ha convertido en sustantivo de primer nivel para la recuperación, para la salud y para grandes fiestas sociales. Cerca, sigue siendo lugar de culto y de encuentro la capilla del Pilar, y en torno a 1906 quedó definitivamente configurado el pintoresco enclave.

Entre la villas que fueron incorporándose quiero hablar hoy de la Villa Rosita, referida a Rosa Gimeno Nebot, la hija del muy significado don Enrique Gimeno Tomás. Construida en 1931 por el esposo de Rosita, el americano Ramón James Boera, que hizo incorporar también en la parte posterior --hoy privilegiados apartamentos--, un refugio antiaéreo de hormigón, cuando empezó el conflicto bélico. Así que la família Boera-Gimeno se incorporó al veraneo en Benicàssim, en la Almadraba y sus herederos siguen dando vida y alegría a la hermosa villa. Si la hoy cabeza de familia, Mariló Boera Gimeno, con tanta implantación en el desarrollo de Castellón, me autoriza, puede que me atreva a escribir la apasionante historia de unos seres humanos que, convertida en libro, podría brillar en la playa de la Almadraba, donde planto cada mañana mis torres de arena.

Mientras, me sitúo ante el hallazgo de hoy entre la arena. Nada menos que la obra Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada, a quien admiro como escritor y porque su libro posee la magia que sólo se da en ciertas obras excelentes. Juega con la recreación de una época pasada de tal manera que el lector se cree inmerso en la historia, en el propio argumento principal. También le encanta a mi amigo Federico Rivas, que abandona por unos momentos su Marina d´Or, a la que dedica tantas horas de su vida, para venir a plantar un castillo conmigo. Y a Miguel Pastor, quien evoca con maestría un Castellón de la posguerra, incluída la riada de 1949, en su libro La noche de San Miguel. Historias que son la vida misma...