El valor del deporte como vehículo transmisor de valores en edad formativa es algo que nadie discute. El esfuerzo, la superación, el trabajo en equipo o el respeto a los demás son argumentos sólidos para apoyar la práctica deportiva entre los niños. Más allá, por supuesto, del resultado, algo de poca trascendencia cuando se trata tanto de iniciar a un menor en la actividad física -con el sentido lúdico de disfrutar del juego- como de fomentar una socialización idónea. Son los parámetros habituales del deporte formativo, pero también conviven con sucesos negros como el que se vivió el domingo en Mallorca. Un partido de fútbol de infantiles acabó en una batalla campal, con heridos y denuncias posteriores, entre algunos padres y familiares. La visión del video provoca tanta repulsa como incredulidad. El asunto ha tenido gran repercusión y la Delegación del Gobierno abrirá un expediente que puede concluir con una elevada sanción administrativa para los implicados.

Multas al margen, unos hechos que no son aislados sino que son habituales en los campos de España muchos fines de semana revelan la necesidad de impulsar desde instituciones y federaciones una cultura deportiva que, en primer lugar, expulse de los campos de juego a quien manifieste -sea deportista, entrenador o familiar- una actitud violenta o inadecuada. Ha llegado el momento en que se fomente entre los niños el fair play, la deportividad, y que entre todos consigamos que imágenes como estas se reduzcan tanto como sea posible.