En Navidad, Dios, que es amor y comunión de amor, se hace hombre para hacer partícipes al hombre y a la mujer de su misma vida y amor. Y lo hace en el seno de una familia humana, la de Nazaret. Por ello, en el tiempo navideño celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. Este año el papa Francisco nos ha ofrecido la exhortación apostólica Amoris laetitia, donde nos invita a todos los cristianos a cuidar el matrimonio y la familia. Y nos impulsa a proponer de un modo renovado e ilusionante la vocación al matrimonio y a mostrar la belleza, la verdad y el bien de la realidad matrimonial y familiar como un don de Dios, como una respuesta a una vocación excelente. El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural, como dice el Papa, de lo provisorio y del descarte. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta el aprecio social por la fidelidad esponsal, la estabilidad matrimonial o la natalidad Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer. Necesitamos generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. La misión de la Iglesia hoy es ser arca de Noé, sacramento de salvación, generando espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría para el ser humano y para la sociedad.

*Obispo de Segorbe-Castellón