La Wikileaks ataca de nuevo, y esta vez el objetivo de sus filtraciones es la CIA con la mayor revelación de datos en toda la historia de la agencia de espionaje estadounidense. El paquete -se anuncia que este es solo es el primero de varios- pone en evidencia el arsenal de herramientas informáticas que la agencia ha desarrollado durante los últimos años para poder realizar labores de ciberespionaje. La revelación de la organización que encabeza Julian Assange plantea varios interrogantes, de confirmarse su veracidad. El primero es la legalidad de las tareas de espionaje informático realizadas por la CIA ahora difundidas. La recogida de información por parte de agencias de inteligencia se mueve siempre en un terreno pantanoso donde no es fácil discernir los límites entre lo que es legal y lo que no lo es. En este caso, parece flagrante como mínimo la invasión de la privacidad. Seguramente sería este el delito menor.

Otra cuestión relevante es el uso inquietante de esta información, que al parecer circula fuera de control entre antiguos hackers del Gobierno estadounidense. Otro aspecto alarmante está en el origen de la revelación masiva. Desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, la comunidad de inteligencia de Estados Unidos está en pie de guerra con la presidencia y entre los distintos organismos de seguridad entre sí. La difusión de una información que resulta tan dañina para el prestigio de la CIA precisamente en estos momentos es, en el menor de los casos, sospechosa.